imagen de la cabecera

 

 

A el amor

 

A mi padre

Tu nombre a mi vida unido

es cual luz de mi armon�a;

recibe, padre querido,

esta prueba que te env�a

ROSARIO

 

Cuando del caos en la oscura noche

se form� de los hombres la morada

despejando su atm�sfera de nubes,

la bendijo el Se�or con su mirada;

al recibir la chispa creadora

se estremeci� la tierra en sus cimientos,

y desde la regi�n abrasadora

donde arde el sol con incansable fuego,

hasta do se levantan elevados

montes de nieve por el cierzo helados,

un grito poderoso, �amor!, dec�a,

y el eco que en el mundo resbalaba

�Amor!, en sus confines repet�a.

 

�Y no te he de cantar, yo que en mi origen

tengo un destello de la chispa ardiente

que ilumin� a los seres y a la vida

d�ndole inteligencia a nuestra mente?

�Lev�ntese mi voz, vibre mi canto;

y si el viento en su giro

arrebata las notas que levanto

sin repetir siquiera un suspiro,

ser� tal vez por falta de armon�a,

mas no porque mi alma ruda o fr�a

no llegue a comprenderte ni admirarte,

que en alas de su ardiente fantas�a

en la regi�n del sol puede buscarte!

 

Sonido que modulas en mi aliento

cuantas ideas en mi ser concibo;

inteligencia que en mi mente siento

y cuyo hermoso resplandor percibo,

desenvolved los g�rmenes ocultos

en que fund�is vuestro poder inmenso

y cantad al amor, alzadle un himno

poderoso y extenso

que, salvando del mundo los umbrales,

penetre en los et�reos pabellones,

alfombra de las c�licas mansiones.

 

Mas no te he de cantar solo con verte;

y nunca te comprendo

cuando fr�o e inerte

te arrastras profanado en la materia

que, con su aliento inmundo,

la semilla del mal siembra en el mundo.

Entonces me pareces ruin, peque�o,

pues que tienen por vida

el cuerpo que te anida,

cuerpo, que al encontrarse con la muerte,

en miserable polvo se convierte.

T� no eres el amor tal como el alma

de su elevada patria lo ha tra�do,

eres amor vendido

por el genio infernal de la impureza

en mercado de viles corazones,

y fundas tu nobleza

en la fuerza brutal de las pasiones;

t� no eres el amor, en ti no veo

el alma que es tu esencia, que es tu origen,

y a quien mancha la sombra del deseo

como mancha a una rosa

el h�medo matiz, fr�o y liviano

que deja al arrastrarse vil gusano.

Flor nacida sin sol, flor enfermiza,

en raqu�ticos seres desplegada,

flor cuya pobre vida se desliza

sin matiz, sin perfumes y sin nada;

bajo tu insana y maldecida sombra

crece la vil ponzo�a de los celos

que deja el coraz�n petrificado

y envuelve al alma entre perennes hielos;

a tu sombra la marcha de los a�os

imprime en nuestro ser huellas profundas;

a tu sombra se ven los desenga�os,

no cual martirio de la humana vida,

sino como hurac�n que abrasa el alma

dej�ndola en pavesas convertida.

H�lito de Sat�n, fundas tu imperio

en el humano ser, cuya existencia

no tiene luz divina que la gu�e;

ser de pobre y mezquina inteligencia

oscurecida en el revuelto fango

de ruines y bastardos sentimientos;

ser, cuyos pensamientos

siempre se ven brotar irracionales,

traidores, inflexibles, violentos,

cual chispas de los astros infernales.

Huye lejos de m�, fantasma inmundo,

t� no eres el amor a quien yo canto,

que t� al cruzar el mundo,

al que sabe sentir le das espanto;

t� no eres el amor que lleva el alma

cual m�vil poderoso que la rige,

amor grande, elevado e infinito

que a la vida del hombre nunca aflige;

t� no eres el amor, yo te maldigo,

y a esa lumbre inmortal en Dios prendida

con ardiente entusiasmo la bendigo.

 

�ngel de la luz entre la sombra oscura

que envuelve de lo humano la carrera,

estrella refulgente de ventura,

que brillas en la esfera

donde nunca se cierne la amargura,

t� haces a nuestra mente poderosa

ante el di�fano azul de lo infinito;

a tu impulso bendito

la creaci�n entera se levanta

en el seno del libre pensamiento,

cual regio panorama de esplendores,

grandioso en hermosura y en fulgores.

T� eres el sentimiento de lo bueno

y enalteces del hombre los instintos;

t� cual arroyo l�mpido y sereno

que perlas da a la mar, sonido al aura,

delicado matiz a la pradera,

alimento a la t�rtola inocente

y flores a la hermosa primavera,

te deslizas al par de nuestra vida

que no abandona nunca tu ribera;

tu ambiente perfumado en nuestra infancia

nos hace gorjear como las aves

con trinos dulces, delicados, suaves;

cuando aparece en nuestro ser la aurora

impregna el coraz�n que late en calma,

y en brazos de rosadas ilusiones

tranquilamente se adormece el alma;

cuando en pos de la aurora viene el d�a

y hebras de plata surcan el cabello,

tu ambiente permutado aun nos rodea,

pero ambiente m�s puro, santo y bello,

porque entonces nos muestra tu corriente

silenciosa pasando de la tumba,

en otro mundo de perfecta esencia

en donde eternamente

vuelve a seguir al par de la existencia.

�Bella flor del jard�n del para�so,

tu esencia es la sonrisa delicada

que brota entre los labios de una madre;

el roc�o que esconde tu corola

es la ilusi�n del alma enamorada

que gime triste y sola

cual ruise�or que canta en la enramada

llamando a su perdida compa�era,

y ve morir su canto

sin que responda otro eco,

que el eco lastimero de su llanto;

el matiz de tus hojas nacaradas

irradia en mil colores caprichosos,

destellos que iluminan dulcemente

el cast�simo hogar de los esposos;

si en torno tuyo vuela en raudo giro

la mariposa loca del placer,

al sentirla en tu p�talo de nieve

comienzas tu corola a recoger,

como recoge el p�jaro sus alas

cuando se oculta el sol tras alta cumbre,

y espera que aparezca en el Oriente

para tenderlas al mirar su lumbre!

�R�faga de la luz de un ser Divino,

inclinas al esp�ritu a tu origen

y al encontrarse el hombre en su camino

la severa figura de la muerte,

no reniega jam�s de su destino,

porque en ese momento transitorio

es tu brillo tan fuerte,

que en medio de su mente que se apaga

le haces ver la mansi�n del para�so,

mansi�n futura de las almas nobles

que la bondad de Dios prestarlas quiso!

�Tu misi�n es de paz sobre la tierra,

noble cual todo lo que el alma siente;

no puede doblegarse al ego�smo,

su ternura la da, mas no la exige,

porque nunca el amor es de s� mismo;

impregnando a los seres que en el alma

encontraron el eco a sus ideas,

les prestas tus encantos, tu hermosura;

de cari�o y dulzura les rodeas,

les das el pensamiento, la memoria,

la voluntad del alma que te gu�a;

pero suave, sin fuego de pasiones,

como brilla la luz de hermoso d�a

cuando se mira el cielo sin crespones.

Yo te saludo as�, que as� te veo

entre los giros mil que da la mente;

y pues que as� te miro, as� te creo.

Y no eres ideal, no, que en el mundo,

por ignorados fines celestiales,

cual leve arista de oro no pulida

se oculta entre desiertos arenales;

sino que todo cuanto noble crece

en el divino esp�ritu del hombre,

todo la ruin materia lo oscurece;

y el amor cuyo reino no es la tierra

se repliega al contacto de la vida

en el seno del alma que lo encierra;

por eso hay que buscarlo en esos seres

que cruzando los valles de este suelo

fijan el pensamiento y la mirada

en la regi�n alt�sima del cielo.

Seres que r�en cuando r�e el mundo,

que le prestan sus l�grimas si llora,

pero que nunca dejan que ese mundo

penetrando en los pliegues de su alma

descubra las riquezas que atesora,

porque brillan muy lejos de su vida,

que acaso las manchara con su aliento;

brillan do no hay m�s luz que los fulgores

de los puros y nobles sentimientos;

brillan bajo la paz de los hogares,

en donde la virtud y la belleza

encuentran sencill�simos altares.

 

�Te saludo aunque pobre en armon�a!

�Mas nunca brotar� de mi palabra

cuanto puede alcanzar mi fantas�a!

�Escucha mi canci�n! Yo te la elevo

con el suave perfume de las flores

y con las notas dulces, delicadas,

que modulan los castos ruise�ores;

con el aura que juega en mi caballo,

con el rayo del sol que me estremece,

y con la blanca y caprichosa nube

que en el di�fano azul sus orlas mece.

�Escucha mi canci�n, luz de mi vida!

Aroma delicado de mi alma,

m�vil que haces girar mi pensamiento

dando a mi coraz�n serena calma;

lumbrera de mi pobre inteligencia

a cuyos resplandores sacrosantos

contemplo en otro mundo mi existencia.

�Escucha mi canci�n!, y cuando el alma

quebrante las cadenas de la vida,

y cual �guila reina de los aires

se eleve a la regi�n desconocida

do m�s ardiente el sol de los espacios

borda el azul de la infinita esfera

con hebras de zafiro y de topacios;

cuando llegue el momento venturoso

que el origen de mi ser presiente,

m�s grande, m�s intenso, m�s hermoso

que hoy te mira la mente,

entre�breme las puertas de tu imperio

donde tu ardiente resplandor fulgura,

y al par que el alma inextinguible dura!

 

 

 


 

Para saber m�s acerca de nuestra protagonista

 

Rosario de Acu�a. Comentarios (⇑)
Algunas notas acerca de la vida de esta ilustre librepensadora
 
 
 
 
Imagen de la portada del libro

 

Rosario de Acu�a y Villanueva. Una heterodoxa en la Espa�a del Concordato (⇑)

 

 

 

OSZAR »