A la muerte (soneto)
Cantares [Dices que lleve mi amor...]
A la se�ora do�a L.G. (soneto)
Cantares [Tiene el coraz�n dos puertas...]
El dolor (soneto)
Cantares [Dicen que no puede ser...]
La eternidad (soneto)
Cantares [Las palabras del amor...]
Mi canto (soneto)
En las orillas del mar (poema)
Los celos (soneto)
El pr�logo de nuestra obra; he aqu� la mayor dificultad para el mortal que se atreve a escribir un libro; y si este libro es de poes�as, entonces las proporciones de la empresa crecen, se agigantan, asustando con sus extra�as formas la impresionable imaginaci�n del poeta. Ante todo para escribir un pr�logo es menester saber lo que es un pr�logo; plumas m�s h�biles que la m�a, e inteligencias elevadas, han descrito la misi�n y las cualidades de ese pre�mbulo de trabajos reunidos; con todo, bien puedo permitirme decir lo que pienso sobre tan importante asunto. Para m� un pr�logo es la fe de bautismo de la obra y la c�dula de vecindad del autor; en �l se ve la legitimidad de la primera y la honrada posici�n del segundo; si la obra ha sido revisada por inteligencias de superior calidad, en el pr�logo aparece lo bastardo de su procedencia, y si el autor oculta bajo fastuosa apariencia su hambre de jerarqu�as, en el pr�logo se descubre la falsedad de sus intenciones; por esto un pr�logo es el punto m�s alto a que puede llegar el que siente en su coraz�n y en su cabeza el sacro fuego de la inspiraci�n, por esto mi pluma tiembla al trazar sobre el blanco papel los renglones del pr�logo de mi primera obra �Qu� te dir� yo, p�blico juez, ante cuyo tribunal inapelable aparece hoy la colecci�n de mis versos? Si te pido indulgencia, dirasme que tiemblo, y nunca es bueno ser cobarde; si de arrogancia presumo, me achacar�s el pecado de la soberbia, y aunque por pecadora me tengo, no quiero, a sabiendas, cometer faltas; si rebusco en mi cerebro grases galanas con que incitarte a la lectura de la obra, podr�s empezarla con �nimo excelente, pero ser� m�s triste el desencanto si, a medida que lees, te encuentras fallidas las ilusiones formadas en un principio; si usando malas artes y con disimulado lenguaje, tiendo a relegar a segundo t�rmino obras que te hubieran gustado, claro y preciso ser� que me califiques de envidiosa, pues el que rebaja m�ritos ajenos por enaltecer los propios, o lleva en el coraz�n el �spid de la envidia, o tienen en su cerebro muchos �tomos de imbecilidad ; pero si nada te digo, de sobra est� el haber empezado tan arduo trabajo
Par�ceme que te agradar�n m�s que disculpas, alabanzas, atildamientos o juicios sat�ricos, algunas noticias de m� y de mis versos, noticias que ni son conatos de biograf�a, ni memoriales de inteligencia: bien claro se me entiende que al ver colocado mi yo enfrente de mi obra, se te podr� muy bien ocurrir que no aprend� muchas lecciones en las aulas de la modestia, pero en algo hab�a de caer la inexperiencia de mis pocos a�os, pues por sabido se tiene que la juventud no atiende a reflexiones ni a profundos razonamientos, sino todo lo contrario, se deja llevar de la primera impresi�n, y �sta, por m�s que haya razones para demostrar lo contrario, arrastra siempre al humano ser a que hable de s� mismo antes que de los dem�s. Hecha esta salvedad, a moda de nota de traductor, paso a decirte, p�blico insigne, que yo contando veinticinco a�os, cuento diez y ocho haciendo versos, sin que por las mientes me cruzase en tan largo intervalo de tiempo coleccionar, corregir e imprimir los muchos y desiguales renglones que con l�piz, carb�n, o tinta iba escribiendo en ratos tan perdidos, que ni de ellos me daba cuenta; el consejero de la vida que, seg�n dicen sabias lenguas, es el tiempo trajo a mis presentes a�os algunas centellas de observador an�lisis, y ante las luces brillantes de la �poca en que vivo, vi tan marcada inclinaci�n a enaltecer lo estramb�tico, que no supuse que fuera presunci�n lanzarme en la palestra de las artes, segura de que si no alcanzaba premio, por lo menos no caer�a en el rid�culo ; rebusqu� mucho entre los manuscritos que por fortuna conservaba, y no s� si por amor propio o por conocimiento de ellos, ninguno me pareci� digno de figurar en la inauguraci�n de mi imaginada carrera �O todo o nada�; producto de tan extra�o axioma fue la cabal�stica composici�n que bajo el nombre Rienzi el tribuno, tuve el placer de presentarte en la noche del 12 de febrero de 1876 en el anchuroso teatro del Circo, de Madrid: que te gust� no es dudable, pues diez y seis sesiones de seguido llenaste las localidades de dicho coliseo; que pensaras como la autora o que con sano coraz�n la enaltecieras, ni yo debo asegurarlo, ni aunque debiera me atrever�a a intentarlo, pues dentro del pensamiento y del coraz�n solo penetra una superior y divina inteligencia; que agradec� tus demostraciones y que guardar� siempre el agradecimiento, es la mejor prueba el presente trabajo que te ofrezco, trabajo anterior al drama tr�gico de que te vengo hablando; �l me sirvi� de carta de naturaleza entre los aspirantes a la entrada del Parnaso, y aunque en el n�mero de orden s� que estoy de los �ltimos, no por eso dejo de vanagloriarme de haber logrado siquiera la aproximaci�n a los umbrales de tan hermoso reino: vali�ndome de este privilegio, es como he llegado a coleccionar, corregir e imprimir unos cuantos ecos del alma, que en forma de cantares dorm�an escondidos entre arrinconados legajos Ahora bien, de m� te hablo en el pr�logo; de m� te hablar� en mis coplas. Si entre mi esp�ritu y tu esp�ritu encuentras analog�a, es que en el ser est� el principio absoluto de todos los seres. Si al leer mi libro no hallares m�s que fr�o ego�smo, precisamente tendr� que ser porque creas que despu�s de tu yo no existe nada
�Cu�nto sentir�a que me tuvieses por ego�sta!
P�blico, mi sentencia la vas a firmar: aunque sea dura, que no vacile tu mano, pues tengo para m� que talento revestido de indulgencias es arlequ�n de la Historia; si desde lo alto he de caer, no me dejes subir, hoy que pongo el pie en el primer escal�n; si quieres que prosiga hasta la cumbre, empieza por ense�arme la verdad, solo con ella puede caminarse en las altas regiones de la sabidur�a Si entre los individuos de que te compones hay algunos que no buscan m�s que el suave aliento de una palabra cari�osa, sepan estos que, primero que la gloria y sus triunfos, ambicion� siempre el recuerdo en corazones generosos; si ellos encuentran en mis cantares consuelo, amor o esperanzas, cuantos laureles pudiera alcanzar ser�an rechazados ante la hermosa recompensa de vivir en el alma de tan buenos seres; solo este galard�n me llenar�a de j�bilo, aunque el total olvido de la fama me probase que cual �caro hab�a tendido mi vuelo demasiado alto.
Escrito est� el pr�logo de mi obra; si acaso no he dicho todo lo que mi pensamiento quiso decir, es que el abismo ha sido demasiado grande para mis escasas fuerzas, es que desde la inteligencia a la palabra se ha interpuesto la imaginaci�n del poeta.
Rosario
Madrid, 20 de abril de 1876
Para saber m�s acerca de nuestra protagonista
Rosario de Acu�a y Villanueva. Una heterodoxa en la Espa�a del Concordato (⇑)